Autor: Aram
Aharonian (*)
A nadie debiera sorprender los pasos que, en materia de
comunicación e información, esté dando el nuevo gobierno argentino, atentando
contra la democratización y contra la pluralidad de opiniones, favoreciendo
groseramente a grandes grupos mediáticos .
En esta Argentina donde se gobierna a través de decretos
inconstitucionales, se intenta imponer la verdad única, la imagen única. Para
ello es necesario acallar las voces e imágenes –los contenidos, las señales-
que contradigan esos mensajes únicos, con relatos digitados y transmitidos casi
al unísono desde las metrópolis del capital.
No hay anuncio oficial -¿apenas un globito de ensayo?- pero
los medios comerciales repiten que Argentina se retirará como socio de La Nueva Televisora
del Sur y que, a la vez, se elimina el canal (Telesur) de la Televisión Digital
Abierta, por lo que tampoco sería de inclusión obligatoria en las grillas de
todos los cableoperadores.
“Esta determinación va en línea con lo que nos hemos
propuesto para los medios públicos, en términos de pluralismo y austeridad”,
trató de explicar el ministro de Medios y Contenidos Públicos, Hernán Lombardi,
al decretar el fin del pluralismo. Se olvidó, incluso, de explicar en qué
consiste la austeridad: en realidad, ¿qué gastos asumía Argentina?
Que el gobierno de Macri se haya empecinado en perseguir a
Telesur, es una medalla en la pantalla de la televisora, ya que marca su
importancia, y la impotencia macrista de no poder imponer impunemente
imaginarios colectivos, cuando está abierta la ventanita de la verdad.
La verdad es que ni siquiera son originales. Antes de que
saliera al aire, Connie Mack, un impresentable representante republicano de
Florida, logró imponer en el parlamento una decisión en la que se declaraba a
Telesur (que aún ni siquiera había difundido su señal de prueba) “una amenaza
para Estados Unidos (ya que) trata de minar el equilibrio de poderes en el
hemisferio occidental».
Debemos asumir que el tema de los medios de comunicación
tiene que ver con el futuro de nuestras democracias. Hoy en día, en nuestra
América, la monopolización mediática intenta suplantar a la dictadura militar.
Son los grandes grupos económicos que usan a los medios y deciden quién tiene o
no la palabra, quién es el protagonista y quién es el antagonista.
Ya no hacen falta tanques y bayonetas como 40 años atrás:
basta con el control de los medios de comunicación, que se han convertido en
escenario principal del conflicto social y principales actores políticos,
invisibilizando primero a los partidos y ahora a los movimientos sociales
fundados en la participación popular. Hace 40 años cerraron medios,
desaparecieron, torturaron y asesinaron periodistas y editores y hoy también
pretenden dictarnos qué leer, oír o escuchar
Los grandes conglomerados económicos –que a su vez tienen como
ariete a los medios de comunicación comerciales- son el verdadero poder fáctico
en nuestros países (y quizá en el mundo). (Cualquier duda, pregunte a Lula o
Dilma Roussef, quienes en 13 años de gobierno no lograron llevar adelante una
ley que controlara los oligopolios mediáticos en al país).
Hoy, la redundancia, la exageración, la agresividad sin
ideas, la caza del chivo expiatorio como regla del criticismo y los intereses
comerciales y/o políticos-religiosos de los medios hegemónicos, sin mayores (ni
menores) principios, tratan de enturbiar el panorama impidiendo establecer
jerarquías de problemas y reglas para su debate y resolución.
Nos ha costado asumir que el discurso comercial –bombardeado
no solo a través de información, sino también de publicidad y entretenimiento
(series,videojuegos), con un mismo envase y relato, disfrazado de realidad o de
hechos naturales– es también un discurso ideológico, agresivo, limitante de
nuestra libertad de ciudadano.
Y, para peor, Argentina (claro, en su anterior gobierno)
había logrado la sanción de una Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual,
consensuada por todo el país (menos los grupos mono y oligopólicos) que
serviría de marco legal para la democratización de la comunicación. La ley no
hacía la democratización: la permitía.
A un gobierno derechista no le sirve la información
equilibrada, con múltiples fuentes, diversa, plural, donde los protagonistas no
sean solo príncipes y gobernantes, sino también campesinos, amas de casa,
trabajadores, estudiantes… y desocupados, indios, blancos, negros, multados,
zambos… que muestren la realidad de nuestra Argentina y nuestra América latina
en construcción.
Pero la derecha –incluso la argentina- sabe que no se trata
solo del control de la información sino del control de la industria del
contenido, que incluye la información, la publicidad, la cultura de masas o
entretenimiento, los videojuegos. A lo ancho y largo del mundo los contenidos y
los fines de la comunicación son puestos cada vez más en función del capital,
para que los medios se conviertan en los nuevos misioneros del capitalismo
corporativo, en el ejército de formación del imaginario popular y del
avasallamiento de la conciencia social.
Los medios comerciales tratan de evitar debates: ellos
presentan los problemas, deciden los protagonistas y antagonistas, fallan sobre
el culpable, lo ejecutan moralmente. Intentan estimular el rechazo del conjunto
de opciones políticas o, más banalmente, otorgar a la crítica un tono
inconsistente que establece cierta complicidad con la desmemoria, los humores
cambiantes o la frivolidad de algún sector de los lectores o de la audiencia.
La derecha quiere que los medios sirvan para denunciar
escándalos pero no para que presten una atención equivalente a los nuevos
problemas de diseño o reestructuración del Estado, la crisis de la educación o
la salud, la agobiante exclusión social. La mayoría de los operadores de los
medios comerciales parece imaginar un eterno festival de rencillas domésticas y
negociados ubicables en la portada de un periódico o en los titulares de un
noticiero, y lo que es aún peor, parecen empeñados en hacerle creer a la
sociedad que el poder y el futuro tienen solo esa cara.
El gobierno de Mauricio Macri, dice el Nobel Pérez Esquivel,
“no se ha caracterizado por la defensa de los derechos humanos”. Y hoy ataca a
Telesur, como mañana, seguramente, atacará Mercosur, Unasur, Celac, como se lo
exigen sus patrocinadores (ellos leerán sponsors).
Telesur, de la utopía
a la realidad
Telesur fue uno de los proyectos más importantes en la
última década en América Latina y el Caribe: constituye la primera tentativa
seria de liberación audiovisual y de descolonización mediática, quizá no solo
en América latina. Surgió como un proyecto estratégico orientado a
contrarrestar el mensaje hegemónico del Norte mediante la creación de un canal
multiestatal latinoamericano.
La idea era cristalizar aquel sueño acariciado durante años
por periodistas y trabajadores de la cultura de la región, de ofrecer la imagen
y la voz de América Latina a todo el mundo, y, a la vez, ver el mundo desde una
perspectiva propia.
Por primera vez se gestaba un espacio público multiestatal
en televisión para difundir una realidad latinoamericana que era, en buena
medida, invisibilizada, ocultada, ninguneada o minimizada por los grandes
medios de comunicación de los países desarrollados e incluso por los medios
comerciales de la región. Como señal alternativa (al mensaje hegemónico) nuevos
actores se fueron sumando a la pantalla, y aquellos que durante muchos años no
habían tenido voz ni imagen comenzaron a informar y ser informados.
Una de las ideas fundadoras es que Telesur pudiera tender
puentes entre los pueblos del continente. Como decía un documento del canal:
Vernos es conocernos, conocernos es respetarnos, respetarnos es aprender a
querernos, y querernos es el primer paso para integrarnos. Si la integración es
el propósito, Telesur es el medio.
Telesur no trataba de hacer una CNN latinoamericana o de
izquierda sino de revolucionar la televisión, con rigor periodístico,
veracidad, calidad y entretenimiento, información y formación de ciudadanía. Y,
junto al proyecto de la televisora, transitaba otro que considero más
importante: la
Factoría Latinoamericana de Contenidos, que garantizara
contenidos nuevos, -que partieran de la premisa de vernos con nuestros propios
ojos- para Telesur y todas las televisoras que fueran surgiendo.
Telesur demostró que sí se podía hacer una televisora de
alcance masivo, que mostrara nuestra idiosincracia, nuestras realidades,
nuestras luchas, nuestros anhelos. Que nos mostrara tal cual somos, en toda la
inmensidad de la diversidad étnica y cultural, en toda la pluralidad de la
región. Lamentablemente el alcance de Telesur estuvo limitado por ser un canal
satelital y haber optado por ser una señal eminentemente informativa.
Quien más debió adaptarse a estos mensajes alternativos (a
los hegemónicos), fue CNN en español, que después de 10 años de ocultamiento e
invisibilización de negros, indios y movimientos sociales, debió comenzar en 2005 a cambiar su agenda,
porque dejaba de ser el transmisor del mensaje único (cubrió la ceremonia
indígena de asunción presidencial de Evo Morales, no pudo ignorar los golpes de
estado en Honduras ni Paraguay, etc, etc) .
Macri puede irse, claro
En el otro tema: el gobierno argentino puede (está en su
derecho de) salirse de cualquier convenio, atendiendo a las cláusulas de éste.
Quizá deba pagar deudas, antes de lograrlo. La que no podrá pagar jamás es la
que dejaría (permítame el condicional ya que no hay decisión formal alguna) con
la ciudadanía argentina, conculcándole otro derecho: a la información. Siempre
habrá una forma de ver Telesur, sobre todo si Macri y compañía no lo quieren.
Hace once años, cuando pusimos en marcha Telesur, eran por demás
escasas las posibilidades de que el pensamiento crítico, las ideas
progresistas, las luchas de nuestras pueblos, nuestra memoria histórica,
nuestra idiosincrasia, nuestra gente, tuviera espacios en los medios. Quizá
gracias a estos medios y al colonialismo cultural, nuestros pueblos tenían su
autoestima por el suelo.
La utopía permitió avanzar hacia una realidad consolidada. Y
desde el comienzo, la derecha erró su percepción. Telesur no es un canal, no es
una señal. Telesur es la lucha por la dignidad, la equidad y la justicia
social, por la democracia participativa, por la conversión del habitante en
sujeto político.
Telesur somos todos, y así se lo está demostrando toda la
región a estos gobernantes argentinos.
(*) Creador y fundador
de Telesur. Primer director de la emisora (2005-2008).
Nota publicada por
Question Digital: http://questiondigital.com/?p=33007
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