Escrito por un integrante de Somos los que Estamos, en mayo de 2010
En estos días hemos visto y oído mucho sobre la
conmemoración de los primeros 200 años de los intentos de emancipación de los
pueblos americanos. En nuestro país los festejos del bicentenario de la Revolución de Mayo
estuvieron marcados por una enorme participación popular y por los olvidos del
discurso oficial.
Uno de ellos fue el silencio en torno a la participación de
la mujer en la Revolución
de Mayo. Mujeres que juntos, codo a codo, con sus maridos, sus amantes, hijos,
hermanos, o simplemente por convicción, dieron todo por la ansiada
independencia. Es que la historiografía argentina no es pródiga a la hora de
reconocer a las mujeres que ayudaron a construir la patria, salvo que se
tratara de damas aristocráticas.
Una de las olvidadas es María Remedios del Valle. Una mujer
pobre imbuida por las ideas de mayo, que al mes del pronunciamiento, ya se
había anotado en el Ejército del Norte al que arrastró a hijos y marido. Peleo
desde 1810 a
1821.
En víspera de la batalla de Tucumán, Del Valle se presentó
ante Belgrano para solicitarle que le permitiera atender a los heridos en las
primeras líneas del combate. Belgrano, reacio a la participación femenina en
los lugares de mayor riesgo, le negó el permiso. Pero esta mujer
empecinada se filtró en la contienda y
llegó al centro del combate donde no sólo asistió a los soldados heridos sino los
alentó a batir al enemigo. Los soldados comenzaron a llamarla “La Madre de la Patria ”. Belgrano se rindió
ante la evidencia y la nombró Capitana de su ejército.
Del Valle, combatió también en las batallas de Desaguadero,
Salta, Vilcapugio y en Ayohuma donde fue herida de bala y cayó prisionera de
los realistas. Presa y enferma organizó la fuga de varios oficiales patriotas,
pero fue descubierta y castigada. Por nueve días la azotaron públicamente.
Remedios no se rindió, huyó para continuar combatiendo.
Cuando terminó la guerra tenía grado de Capitana pero estaba
sola en el mundo, todos los suyos habían muerto en las acciones
revolucionarias.
Cuenta Carlos Ibarguren, que años después de la Independencia , una
anciana encorvada, desdentada, frecuentaba los atrios de las iglesias de San
Francisco, Santo Domingo y San Ignacio. Se la veía también en la Plaza de la Victoria ofreciendo
pastelitos o tortas fritas, o en ocasiones mendigando por el amor de Dios.
Llegaba de lejos, de la zona donde comenzaban las quintas,
por donde tenía un rancho; para asegurarse las sobras de los conventos de las
que se alimentaba.
Se hacía llamar “la capitana” y cuando mostraba sus brazos
zurcidos por cicatrices, y contaba que las había recibido en la guerra por la Independencia los
que la oían la consideraban una loca. Sin embargo María Remedios del Valle
reúne antecedentes necesarios para ser honrada con ese titulo. Fue eliminada de
la historia y del registro del imaginario popular, seguramente porque era
mujer, negra y pobre, rasgos que ciertos arquitectos del relato de la patria
quisieron extraviar.
Siendo diputado, Juan José Viamonte, quién en una
oportunidad se cruzó con Del Valle por la actual Plaza de Mayo, solicitó para
ella -en septiembre de 1827- una pensión por sus servicios en la guerra
emancipadora.
Después de más de un año de discusiones, donde se juntaron
prejuicios, burocracia y negaciones regresivas, se le concedió el sueldo
correspondiente al grado de Capitán de Infantería. Del Valle jamás cobró su
pensión, ya que el ejecutivo sepultó el expediente. Murió en 1847 en la
indigencia y el olvido. No existe ningún retrato de la prócer.
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