(Argentina) - Se puede hablar del
25 de mayo desde muchos enfoques. Hoy elegimos hacerlo desde las enseñanzas de
una joven estudiante secundaria.
Mi hija va
a la bandera. Por esas cosas de la vieja meritocracia, aún vigente en nuestros
países, a la bandera van los mejores promedios y ese es el premio, llevar la
bandera.
La
meritocracia dice que tenés que sacarte 10 en las evaluaciones y entonces te
ganaste el premio: el honor de llevar una bandera.
Mi hija
anda por la vida con honor, no porque es mejor promedio o se sacó un 10 en
matemáticas, sino porque es una de esas jóvenes luchadoras, atentas a la vida
de los pueblos, esas jóvenes que no se fuman al capitalismo, que no quieren un
modo de producción que se come los recursos naturales y destruye nuestra tierra. Es rebelde dicen,
casi como mala palabra, y yo disfruto su rebeldía y deseo que le dure hasta el
final de sus días.
Mi hija
merece un lugar mejor donde vivir, no una bandera. Mi hija es la hija de
muchos, esos hijos que merecen un mundo mejor donde vivir y ser felices. No una
bandera, merecen un mundo.
Ella se presentó a la dirección de la escuela y dijo que
renunciaba a la bandera. ZAS que quilombo se armó, nadie entendió nada. “Si es
un honor”, “si es un premio”, “no respetas los símbolos patrios”, apátrida le
dijeron… que risa. Apátrida le dijeron, y rápidamente le hicieron firmar un
acta donde declare los motivos de su renuncia, y me llamaron a mi para que vaya
a firmar otro acta, que declare… no se muy bien qué porque aún no fui. Porque
para mi es suficiente su palabra y decisión (como la de cualquier joven),
porque si yo no estoy de acuerdo ¿qué? La obligamos a que vaya a la bandera
bajo amenaza de muerte???
Mientras mi
hija renuncia a la bandera me imagino a los “locos lindos” que llevaron
adelante la revolución independentista disfrutándolo, porque para ellos no
había banderas, había un objetivo: echar
de este continente al imperialismo europeo y liberar América Latina de la
dominación. Ellos querían la Patria Grande , una gran bandera que incluya a los
pueblos originarios, a los negros, a los mestizos y a los criollos, que incluya
a todos los suramericanos, que somos más parecidos que distintos.
En 1810
tomó color y forma la revolución que venia gestándose desde hacía años. 1810 es
un buen año para América Latina. En nuestras latitudes fue el 25 de mayo el día
que le pegaron una patada en el culo al virrey. Pero la lucha siguió muchos
años más, la sangre corrió muchos años más. Primero lucharon contra los
maturrangos, pero después contra la traición interna, contra los que querían
alzarse con el poder. Esos traidores, después de la independencia construyeron
altares de mármol para hacernos creer que los próceres son intocables, son
inmaculados, están ahí arriba en los monumentos de las plazas, inalcanzables,
impolutos, irreales. NO SEÑORES, son nuestros revolucionarios, los de ayer, los
de hoy, los de mañana. Ellos, los que nos dicen que es suficiente estar en
silencio y parados firmes para respetar esas banderas (¿¿no es necesario
respetarlos con nuestras acciones??) son los que quieren hacer irreales las
revoluciones y que nadie se vaya a confundir: San Martín es de mármol, Castelli
es una calle…
Después de
la lucha se conjuró la traición. La oligarquía hizo de las suyas para quedarse
con el poder y nos metió en interminables guerras civiles. La oligarquía tranzó
con el imperialismo europeo. La oligarquía inventó el nacionalismo y sus
símbolos para dividir, para inventar países y guerras, para olvidarse de los
héroes de carne y hueso y solo dejarlos en nombres de calles, billetes y
monumentos.
Hoy mi hija
dejó claro que el mejor homenaje para nuestros héroes de carne y hueso es eso
justamente, recordar que fueron hombres y mujeres que dieron su vida por la
libertad, y entonces, seguir su camino. Pero los directivos de la escuela no lo
entendieron, ellos siguen queriendo que yo vaya a firmar el acta…
Nuestro 25
de mayo es para brindar con los viejos revolucionarios, los nuevos y los de
siempre. Nuestros revolucionarios no son de mármol. José de San Martín, Simón
Bolívar, Juan José Castelli, Mariano Moreno, Bernardo Monteagudo, El “Vasco”
Ayala, Ezequiel Zamora, Antonio José de Sucre, Francisco Miranda, José de
Artigas, Bernardo O’Higgins, Manuela Sanz, Carmen Guzmán, María Remedios del
Valle, Rosa Campusano y tantos otros, no son de mármol, son de carne y hueso.
Son revolucionarios y revolucionarias que dieron su vida (literalmente) para
liberar a un continente del colonialismo europeo. Ellos son nuestro ejemplo, y
no están en las banderas (que no existían cuando ellos dejaban su vida en los
campos de batalla), no están en los himnos que inventaron para crean un falso nacionalismo y lograr que nos peleemos
entre nosotros. Ellos no están en la bandera a la que mi hija renunció, ellos
están en su corazón y en el mío. Ellos son nosotros. Ello son los jóvenes
rebeldes de hoy y de mañana. Mi hija no es apátrida, mi hija es revolucionaria,
y es mi tranquilidad de que la lucha sigue.
Yo tengo
nombre y mi hija también, pero hoy no vamos a decirlos, porque podríamos ser
cualquier madre o padre, joven, o hijo de este colectivo “Somos los que
Estamos”.
Los que
hacemos Somos los que Estamos renovamos nuestro compromiso
revolucionario con la
PATRIA GRANDE , con la revolución y los revolucionarios, no
con los símbolos que separan, sino CON LOS PUEBLOS y sus luchas.
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