23 de mayo de 2014

Del 25 de mayo y los falsos honores

(Argentina) - Se puede hablar del 25 de mayo desde muchos enfoques. Hoy elegimos hacerlo desde las enseñanzas de una joven estudiante secundaria.

Mi hija va a la bandera. Por esas cosas de la vieja meritocracia, aún vigente en nuestros países, a la bandera van los mejores promedios y ese es el premio, llevar la bandera.
La meritocracia dice que tenés que sacarte 10 en las evaluaciones y entonces te ganaste el premio: el honor de llevar una bandera.

Mi hija anda por la vida con honor, no porque es mejor promedio o se sacó un 10 en matemáticas, sino porque es una de esas jóvenes luchadoras, atentas a la vida de los pueblos, esas jóvenes que no se fuman al capitalismo, que no quieren un modo de producción que se come los recursos naturales  y destruye nuestra tierra. Es rebelde dicen, casi como mala palabra, y yo disfruto su rebeldía y deseo que le dure hasta el final de sus días.
Mi hija merece un lugar mejor donde vivir, no una bandera. Mi hija es la hija de muchos, esos hijos que merecen un mundo mejor donde vivir y ser felices. No una bandera, merecen un mundo.

Ella se presentó a la dirección de la escuela y dijo que renunciaba a la bandera. ZAS que quilombo se armó, nadie entendió nada. “Si es un honor”, “si es un premio”, “no respetas los símbolos patrios”, apátrida le dijeron… que risa. Apátrida le dijeron, y rápidamente le hicieron firmar un acta donde declare los motivos de su renuncia, y me llamaron a mi para que vaya a firmar otro acta, que declare… no se muy bien qué porque aún no fui. Porque para mi es suficiente su palabra y decisión (como la de cualquier joven), porque si yo no estoy de acuerdo ¿qué? La obligamos a que vaya a la bandera bajo amenaza de muerte???
Mientras mi hija renuncia a la bandera me imagino a los “locos lindos” que llevaron adelante la revolución independentista disfrutándolo, porque para ellos no había banderas, había un objetivo: echar de este continente al imperialismo europeo y liberar América Latina de la dominación. Ellos querían la Patria Grande, una gran bandera que incluya a los pueblos originarios, a los negros, a los mestizos y a los criollos, que incluya a todos los suramericanos, que somos más parecidos que distintos.

En 1810 tomó color y forma la revolución que venia gestándose desde hacía años. 1810 es un buen año para América Latina. En nuestras latitudes fue el 25 de mayo el día que le pegaron una patada en el culo al virrey. Pero la lucha siguió muchos años más, la sangre corrió muchos años más. Primero lucharon contra los maturrangos, pero después contra la traición interna, contra los que querían alzarse con el poder. Esos traidores, después de la independencia construyeron altares de mármol para hacernos creer que los próceres son intocables, son inmaculados, están ahí arriba en los monumentos de las plazas, inalcanzables, impolutos, irreales. NO SEÑORES, son nuestros revolucionarios, los de ayer, los de hoy, los de mañana. Ellos, los que nos dicen que es suficiente estar en silencio y parados firmes para respetar esas banderas (¿¿no es necesario respetarlos con nuestras acciones??) son los que quieren hacer irreales las revoluciones y que nadie se vaya a confundir: San Martín es de mármol, Castelli es una calle…

Después de la lucha se conjuró la traición. La oligarquía hizo de las suyas para quedarse con el poder y nos metió en interminables guerras civiles. La oligarquía tranzó con el imperialismo europeo. La oligarquía inventó el nacionalismo y sus símbolos para dividir, para inventar países y guerras, para olvidarse de los héroes de carne y hueso y solo dejarlos en nombres de calles, billetes y monumentos.
Hoy mi hija dejó claro que el mejor homenaje para nuestros héroes de carne y hueso es eso justamente, recordar que fueron hombres y mujeres que dieron su vida por la libertad, y entonces, seguir su camino. Pero los directivos de la escuela no lo entendieron, ellos siguen queriendo que yo vaya a firmar el acta…

Nuestro 25 de mayo es para brindar con los viejos revolucionarios, los nuevos y los de siempre. Nuestros revolucionarios no son de mármol. José de San Martín, Simón Bolívar, Juan José Castelli, Mariano Moreno, Bernardo Monteagudo, El “Vasco” Ayala, Ezequiel Zamora, Antonio José de Sucre, Francisco Miranda, José de Artigas, Bernardo O’Higgins, Manuela Sanz, Carmen Guzmán, María Remedios del Valle, Rosa Campusano y tantos otros, no son de mármol, son de carne y hueso. Son revolucionarios y revolucionarias que dieron su vida (literalmente) para liberar a un continente del colonialismo europeo. Ellos son nuestro ejemplo, y no están en las banderas (que no existían cuando ellos dejaban su vida en los campos de batalla), no están en los himnos que inventaron para crean un  falso nacionalismo y lograr que nos peleemos entre nosotros. Ellos no están en la bandera a la que mi hija renunció, ellos están en su corazón y en el mío. Ellos son nosotros. Ello son los jóvenes rebeldes de hoy y de mañana. Mi hija no es apátrida, mi hija es revolucionaria, y es mi tranquilidad de que la lucha sigue.

Yo tengo nombre y mi hija también, pero hoy no vamos a decirlos, porque podríamos ser cualquier madre o padre, joven, o hijo de este colectivo “Somos los que Estamos”.


Los que hacemos Somos los que Estamos renovamos nuestro compromiso revolucionario con la PATRIA GRANDE, con la revolución y los revolucionarios, no con los símbolos que separan, sino CON LOS PUEBLOS y sus luchas.

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