El domingo 30 de
julio hubo elecciones constituyentes en Venezuela, realizadas en medio de la
acción terrorista de la derecha y de una guerra económica y mediática
impulsada por el imperialismo yanqui que se ha propuesto, cueste lo que cueste,
terminar con la experiencia del chavismo en la patria de Bolívar. No es la
Constituyente -que en definitiva no es más que una medida del gobierno para ver
si logran salir del asedio, y los yanquis lo saben - lo que les molesta. Lo que
irrita al Departamento de Estado y al presidente Trump es el Chavismo. Y más aún, su vigencia.
Es obvio a esta
altura de los acontecimientos que el imperialismo es capaz de utilizar
cualquier medio para conseguir su objetivo que es económico –quedarse con el petróleo venezolano- y que es político
-impedir que el ejemplo de Chávez, se sume al ejemplo de Cuba y se extienda por
el continente-. Particularmente en este momento que está logrando recuperar su
iniciativa en varios países de
la región.
Más de 8 millones
de venezolanos inundaron las calles y le dijeron que sí a Chávez. A Chávez. El Sí fue a Chávez y
por eso el imperialismo y sus lacayos locales estallaron. Ellos saben que los
votos logrados y los miles que se malograron porque no pudieron llegar a los
centros de votación por las amenazas de la derecha, son de Chávez. Ellos saben que no son de respaldo
a la persona de Maduro, que son de respaldo al chavismo, el verdadero dueño de
la voluntad de un pueblo que aunque lo agreden sistemáticamente siente al
chavismo en su corazón y conciencia, porque saben que Chávez los dignificó y
los elevo a sujeto de los cambios. Por eso la violencia y el terror para
paralizar al pueblo les han fallado.
Porque el
imperialismo tiene claro el significado y mensaje de los votos del 30 de julio
es que ordenó a sus lacayos a una rápida acción
y entonces aparece en escena con más fuerza Macri, pidiendo la expulsión de
Venezuela del Mercosur y quitándole la Orden de San Martín a Maduro. Temer, Kuczynski, Peña Nieto, Santos,
Cartes, represores, asesinos, hambreadores, pidiendo la aplicación de
cualquier tipo de sanción e incluso dispuestos a respaldar una intervención militar, (lejos por ahora debido a la posición de
la ONU, Rusia, China e Irán).
El punto fuerte en
la estrategia para acabar con la Revolución Bolivariana son los medios de
comunicación hegemónicos, que sistemáticamente han endosado todos los muertos
de la violencia política de la derecha (más de 110, desde abril) a Maduro y sus
cuerpos de seguridad. Desinforman sistemáticamente, extrapolan las fotos que
profusamente sacan avezados fotógrafos de agencias de noticias occidentales
como si fueran una muestra de lo que toda Venezuela es. Y no es así. Para
nada.
La verdad es que la
violencia se limita a un puñado de municipios urbanos en las ciudades más
grandes del país, donde grupos muy organizados, pertrechados y violentos,
nutridos por el lumpenaje que aflora siempre en las malas coyunturas
económicas, son presentados como guerreros de la libertad.
Así, millones son
confundidos, intoxicados. No faltan a la cita los llamados pensadores de
izquierda que levantan la voz pidiendo por la libertad de los supuestos
presos políticos, la mayoría de ellos tras las rejas por ser instigadores o
partícipes
de las acciones violentas.
Estos mismos
personajes ven el problema en la figura de Maduro y una vez más no ven el
mensaje del pueblo, por eso fue fácil venderles lo que dijo SmartMatic, empresa
que dio soporte técnico a todas las
elecciones desde el año 2004, cuyo responsable salió a decir -sin aportar una
sola prueba- que los resultados fueron adulterados. Un ex presidente de
Telesur salió enseguida a avalar la denuncia. ¿Cuántos millones (de dólares)
más están en juego para sostener el discurso de los que quieren arrasar con la
Revolución Bolivariana?
Una cosa está
clara: no se puede seguir los acontecimientos de Venezuela leyendo Clarín o La Nación y toda la prensa mundial que juegan
alineados con los yanquis, y después opinar alegremente. ¿Todavía
no aprendieron de las experiencias vividas?
La Venezuela de Chávez
no era socialista, pero marchaba con medidas concretas a crear un Estado
diferente, un poder con activa participación y decisión popular, que los
acercaría rápidamente a un socialismo a la venezolana, a una nueva experiencia
para estudiar y aplicar en el continente. Ese ejemplo. Esa posibilidad. Esa
alternativa, es la que los yanquis quieren borrar con sangre.
Obviamente la
derecha venezolana se presta a esa jugada, porque por sobre todas las cosas
tiene odio de clase. Odio a esos “negros” que ocupan el lugar que ellos
creyeron que les pertenecía por ser rubios de ojos azules. Odio a esos pobres
que empoderados fueron los beneficiarios de la renta petrolera que antes les
pertenecía y usufructuaban totalmente. Odio de no tener al pueblo doblegado.
Odio de que ese pueblo pueda caminar por Caracas y les haya ocupado sus centros
comerciales. Odio de que hayan bajado de los cerros.
Es difícil saber cómo será el futuro de Venezuela, lo que tengo
claro es que si los yanquis logran sus objetivos en el país de Chávez, los
Macri del continente acrecentarán su poder.
Ernesto Salgado
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