17 de abril de 2014

Comentarios de una visita a Venezuela

Chávez en el cierre de su última campaña electoral
A fines de marzo y principios de abril estuve en Venezuela. No aportaría nada si digo que la tierra de Bolívar, la Venezuela de los pobres, atraviesa un momento muy difícil, quizás el más difícil de su intensa historia reciente, debido a que está amenazada por un golpe de Estado sostenido en el tiempo, que tuvo su primera explosión en el intento, conjurado por la acción popular y las mayorías de las Fuerzas Armadas, del 11 de abril de 2002. Pasaron doce años, pero es un intento que perdura en el tiempo.

Aquel (este) plan golpista, alentado por el imperialismo yanqui e impulsado por sus lacayos locales –Henrique Capriles, Leopoldo López, Corina Machado, entre otros- no se detuvo a lo largo de doce años y tuvo varios intentos, el último comenzó el 12 de febrero de este año. En rigor, hay que buscar el origen unas semanas antes, en la orquestada campaña de desabastecimiento de productos de primera necesidad y aumentos siderales en los precios de otros productos de uso común. 

Desde hace poco más de dos meses, Venezuela enfrenta un alzamiento fascista, que ya produjo más de 40 muertos y busca crear un estado de zozobra permanente. Un alzamiento que ha instalado una dictadura de las minorías. 

Revisemos la historia. En nuestro continente americano cuando nos referíamos a una dictadura siempre hacíamos referencia a regímenes represivos, a la suspensión de los derechos ciudadanos y la violación de los Derechos Humanos. En la República Bolivariana de Venezuela se observa lo opuesto. Allá la “dictadura” la ejerce el grupo minoritario filo-fascista que perdió 18 elecciones (sobre 19) y aún así le exige al gobierno de Nicolás Maduro que cambie su rumbo económico y su política social que sin lugar a dudas (y las estadísticas lo demuestran) favorece a los sectores más olvidados de la sociedad y fue aprobado, en vida de Chávez, por la mayoría del pueblo. Una estrategia escrita negro sobre blanco en el plan de gobierno propuesto por Chávez antes de las victoriosas elecciones de octubre de 2012, conocido como “El Plan de la Patria”.

Por otro lado, el sector más violento que no representa ni el 20% de la población, el grupúsculo que gobernó durante más de 100 años y sumergió a los sectores populares en el hambre, la miseria y la desolación, sólo va por recuperar sus privilegios. Va por liquidar las conquistas populares logradas a través de una alternativa novedosa para el continente -toda alternativa revolucionaria es novedosa-, que Chávez dio en llamar “Socialismo del Siglo XXI”, con la que se construye la Venezuela de hoy.

La marea roja chavista
Esa construcción volcó la renta petrolera antes en manos de la oligarquía y el imperialismo a solucionar los problemas más acuciantes de un pueblo totalmente sumergido, un pueblo que sólo tenía un derecho: morirse de hambre o de enfermedades totalmente curables. En cambio, hoy en Venezuela alrededor del 65% de la renta petrolera se invierte en resolver cuestiones sociales, y que los planes oficiales apuntan a que un porcentaje importante de esa renta crezca paulatinamente en dirección al desarrollo de la industria nacional y la producción, aún más importante, de alimentos. 

Queda por discutir cuanto más hay que hacer. Lo que no puede discutirse es que lo por venir no debe abandonar el camino abierto por Chávez, sino por el contrario, debe profundizarlo.

La derecha fascista lanzó en febrero una ofensiva para derrocar a un Gobierno. Que nadie se llame a engaño. No hay en la patria de Bolívar, Miranda y Zamora una lucha reivindicativa, si por lucha reivindicativa entendemos el accionar de una parte de la sociedad reclamando un derecho perdido o exigiendo un mayor bienestar. En Venezuela la lucha es ideológica, es un batalla entre un pueblo que no quiere perder sus derechos y un sector minoritario que quiere recuperar sus privilegios.  

Por ahora, y sólo por ahora, pareciera ser que la derecha se vio obligada a replegarse ordenadamente –yo no diría que fue derrotada-, ante el accionar de un gobierno que priorizó la Paz, para detener las muertes que los violentos ocasionaban.

Está por verse si en las negociaciones se conceden o no los puntos vitales que pide la llamada “oposición”. Allí se incluye que el gobierno modifique su plan económico o limite el libre accionar de los llamados y demonizados “colectivos”, que no son otra cosa que movimiento social organizado. Si la derecha consigue cambiar el rumbo económico y desarma políticamente el Poder Popular, entonces se habrá traicionado el legado del Comandante Hugo Chávez.

El grupo fascista se lanzó a las calles y produjo más de 40 víctimas fatales (siete de ellas de la Guardia Nacional Bolivariana, cuerpo que ahora sí responde a los intereses populares, no como en abril de 2002), argumentado que la protesta es un derecho constitucional. Derrocar un gobierno, como lo pide Leopoldo López, no tienen nada de constitucional.

La lucha de clases también se manifiesta en el accionar de este grupo fascista, que entre sus integrantes tiene jefes del narcotráfico buscados por INTERPOL. Grupos que sólo pudieron sostener su acción en pequeños territorios, que son ni más ni menos que los lugares donde vive la burguesía (el municipio Chacao en la Gran Caracas, en particular la urbanización Altamira; San Cristóbal en el estado Táchira o la ciudad de Mérida en el estado del mismo nombre). En estos lugares, la derecha aplica principios fascistas o segregacionistas, persiguiendo a todo aquel que no está de acuerdo con sus opiniones. Pude ver en mi reciente visita a Venezuela que transitar por estos lugares con algo que te identifique con el chavismo te puede costar, literalmente, la  vida. En cambio, y no es un hecho menor, quien transite (inclusive el centro de Caracas) con símbolos que lo identifiquen como opositor lo hará sin que nadie lo moleste. Ejercerá así un derecho al libre tránsito con el que no cuentan los chavistas en algunas (pocas pero no desdeñables) zonas del país. 

Esto sucede en la Venezuela de hoy. Un país claramente dividido, desde un concepto de clases. La mayoría de los venezolanos (más del 60%) está compuesto por quienes salieron y/o van saliendo de la pobreza, dejaron de ser analfabetos, tienen acceso a la salud y van resolviendo sus problemas de vivienda. El resto quiere mantener sus privilegios, los que -hasta hace poco más de una década-  invisibilizaban a la mayoría del país.

La prensa mundial ha sometido al pueblo y al gobierno venezolano a un claro encierro mediático. La campaña de prensa internacional, de la que es parte La Nación y Clarín en la Argentina, forman parte de la campaña facistoide impulsada por los EE.UU. Repiten mentiras y no informan. Por el contrario, muestran fotos falsas. Esconden quiénes son los muertos y en qué circunstancias se sucedieron. Por eso no está demás reiterar que siete muertos en los dos meses de violencia son guardias nacionales asesinados por francotiradores, que 25 son militantes chavistas -ninguno muerto en enfrentamientos- o que seis son simple ciudadanos que intentaron pasar un corte de calle para volver a sus hogares, como la intérprete de señas del canal privado Venevisión, embarazada, asesinada cuando intentaba atravesar una barricada para regresar a su casa, tras su guardia laboral un domingo por la noche.

El Gobierno logró sentar en un intento de mesa de dialogo a casi toda la oposición política y a los empresarios. Así los más radicalizados quedaron aislados, pero no derrotados. La derecha sigue jugado al desgaste, por eso de cómo se mueva el Gobierno puede depender el futuro de la Revolución en Venezuela. Las concesiones en los temas centrales llevarían a la administración de Nicolás Maduro por el camino de la derrota. 

Espero, sinceramente, que el Gobierno lo sepa, que los legisladores lo sepan, y lo que es principal, que el pueblo lo sepa y no caiga en la trampa de una paz amorfa, donde se arríen las banderas que Chávez debió ofrendar hace casi catorce meses  a su pueblo. Ese sería un gran retroceso para todos los pueblos del continente. 

Espero, sincera, preocupada y dolorosamente, que la consigna “Chávez Vive la Lucha Sigue” se haya hecho carne en millones de venezolanos y sepan darlo todo para seguir las enseñanzas de Bolívar, Sucre, Miranda, Zamora y sí, también, en este nuestro siglo veinte y que es veintiuno, de Hugo Chávez.


Ernesto Salgado
Abril de 2014

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